En mi familia de origen, por distintas razones, no éramos muy navideños. Montar el árbol era un suplicio del que generalmente me encargaba yo el mismo día 24, y recuerdo un año en que me negué a quitarlo, pensaba que si yo lo ponía mis hermanos debían quitarlo, y el árbol vio pasar todo enero, febrero y hasta marzo desde su rincón del salón.
Mi hija es muy navideña. Es folclórica en general, está llena de vida y se entrega con pasión a las fiestas, da igual la que sea, pero la navidad es su momento estrella del año. Hemos heredado de la familia de mi marido el poner el árbol este primer fin de semana de diciembre, y vamos incorporando a esa costumbre otras que poco a poco van formando parte de nuestro bagaje y nuestra propia tradición familiar. Mi hija y su padre suben del trastero el árbol y las cajas de adornos. Lo montan y, luego, yo pongo las luces para, al final, terminar mi hija y yo adornándolo. Es un momento que adoro. Ponemos música navideña, cantamos y bailamos, y vamos colgando bolas como si fuera la primera vez que lo hacemos, como si fuera a ser la última. Acabamos y siempre nos sorprendemos “¡qué bonito!”.
Nos gusta sacar cada adorno y decir si es de nuestros preferidos o no, recordar su historia (“éstos los compré cuando aún no habíais nacido, éste lo hizo tu hermano cuando estaba en Infantil, éste lo compramos en Pedraza, éste lo compramos juntas tú y yo un día que fuimos al teatro, éste venía en un regalo que me hizo Raquel…).
Uno se hace mayor y la navidad, como la vida, se va cargando de ausencias y, a veces, caes la tentación de decir “pfffff, navidad”… Pero siento que tengo con mis hijos la deuda moral de que cuando crezcan y acarreen sus propias ausencias puedan recordar que para ellos la navidad era un tiempo feliz, un tiempo de árbol y de villancicos.
Hoy he hecho con mi hija un trato, el día del árbol seguirá aun cuando ya no viva conmigo, vendrá y lo pondremos juntas; y tener con ella esa visión de futuro me ha hecho feliz. No puede pasar nada malo, hemos quedado para dentro de muchos años.
Ene - Zuretzat Mai
Maialen, mi sobrina mayor, me dice que nunca le "pongo" en el blog y no le falta razón así que este finde que nos hemos abrigado un poquito y nos hemos ido a la playa, he aprovechado para que me saquen a mí una foto con ellas... con las niñas grandes de mi familia... Mai, zuretzat!!!!!!Ene - Zuretzat Mai
Charo - La "Nieve" de Ramón
No, no creáis que me he vuelto loca. Efectivamente no es nieve, sino una escarcha con la que hemos amanecido en el pueblo, que mostraba todo el campo totalmente blanco, y claro, como Ramón no recuerda la nieve, y tiene muy bien aprendido por los cuentos y películas que en Navidad siempre nieva y que se ve todo blanco, pues su primera reacción ha sido: - "claro, es la nieve porque ya es Navidad" - .
Nos hemos abrigado y hemos salido a aprovechar los restos de la escarcha antes de que el sol los hiciera desaparecer. A Gadea no le ha gustado mucho, todo hay que decirlo, pero a mí me encanta ver el paisaje tan irreal, tan de cuento durante las primeras horas de la mañana... tan sólo le faltaba un poquito de niebla para ser perfecto, pero para esto tocaba madrugón...
Silvia - Huele a Navidad
Cachi - Volver a la playa, aunque sea en Diciembre.
Que maravilla, todo un placer el poder acercarnos por fin al mar y aprovechar el calorcito del sol para disfrutar de juegos en la playa. Da igual que sea diciembre, da igual que el agua esté fria, no importa que se mojen la ropa ni que regresemos a casa con los zapatos llenos de arena. Esto me recarga las pilas. No quiero estar en otro sitio que no tenga mar. No veo el momento de emigrar, como las grullas, a lugares más calidos donde la sal inunde el aire y mis hijos puedan correr por la arena mojada y hacer castillos. No se me ocurre una forma mejor de vivir.
Qué bonita y especial cita Marta!. A mi me encanta tambien ese momento. Te deseo todo lo mejor para este nuevo año.
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